Mini vacaciones frenéticas

¿Qué tal el verano? ¿Os ha ido bien? Genial, me alegro un montón. ¿Mi verano? Ah, gracias por preguntar, bien, bien mi verano bien. Jajajaja, para qué mentir si en este blog lo único que digo son verdades y más verdades, la realidad «In your face», la que nadie quiere contar, pero está ahí, escondida para que nadie la descubra. Si me volvéis a preguntar, os tendré que contestar y contaros todo y eso haré en este primer post de la temporada. Back to school, bueno este año un poco raro porque el back to school y back to work es relativo… Os cuento…

Érase una vez una mujer con un sueño, un sueño de verano donde todo era perfecto, el calor del sol ardiente, el olor a mar, sentir la arena acariciando los pies, el suave viento de verano pasando por el cabello, el sentimiento de relajación, de bienestar, del no estrés, de no pensar en nada, de estar junto a su amante, de saborear esas tapas típicas de verano, la cerveza fría, el tinto de verano… Puedo seguir, pero ya me estoy mareando de impotencia jajajaja… Como os comenté antes, mi verano ha sido un poco inusual ya que, como sabéis, cuido de mi madre y no puedo alejarme mucho de casa…

Cada verano, mi chico y yo elegimos un lugar al azar y durante 2 semanas nos escapamos, sea donde sea, él y yo solitos, y pasa un poco lo del sueño que os acabo de contar, pero este año hemos tenido que ajustar nuestras vacaciones y dividirlas en pequeñas aventuras. La primera fue la aventura de pasar una semana en nuestra casa de Alicante con los niños (bueno, adolescentes, bueno, tampoco, gente joven, yo qué sé cómo se llama a los que ya no son adolescentes, pero no se les puede denominar adultos) y la abuela. He de decir que una aventura fue, las peleas fueron muy divertidas, que si peleas entre los hermanos, por qué tú, porque yo, peleas entre mi chico con mi otro chico, yo con mi chico, la chica con mi chico… Bueno, ya entendéis, la convivencia fue muy divertida. Pasado este trauma, nos quedaba otra semanita, que al final no ha sido una semana sino unos 4 días y acompañados de mi hermano que llegaba de EE.UU.

Estos últimos cuatro días ya sí que fueron la aventura tipo «Amazing Race» (programa de EE.UU., mirad a ver qué es para entender). La carrera empezó a las 6 de la mañana un jueves cuando llegó mi hermano de EE.UU. en coche al aeropuerto, vuelta a casa (de Madrid), coche a Burgos para quedar con otros amigos de la infancia. Nos dio tiempo a llegar, dejar las maletas y salir corriendo a quedar con ellos… «Hola, ¿qué tal?, ¡hace tiempo que no nos vemos! ¿Una cervecita?» Y allá que vamos a por una cervecita, vamos a ver Burgos, andamos para aquí, andamos para allá, una foto, una cerveza, una tapa, andamos un poco más, mira la catedral qué bonita (me dieron un descuento por estar desempleada, me hizo mucha ilusión jajaja), mira el paseo, las estatuas, más cervezas, más tapas, así hasta la noche sin parar, cuando por fin llegamos otra vez al hotel, mi chico y yo nos miramos y sin decir nada, nos quedamos fritos jajajaja.

Al día siguiente, un poco más de lo mismo por la mañana y después de comer, coche para San Sebastián. Nos quedamos en casa de unos amigos de nuestros amigos (sí, un poco raro). No era en San Sebastián, pero en un pueblecito cerca. El piso era muy mono, recién reformado, con 4 dormitorios, un perro y un gato (tengo alergia mortal a los gatos, por si no lo sabíais). La pareja que nos alojó no podía ser más maja y acogedora (mi chico y yo nos moríamos de vergüenza). El perro era grande, no os puedo decir la raza con seguridad, solo sé que nos dijeron que tenían un carnet especial porque es de una raza peligrosa, aunque si lo vierais era muy mono (creo que no sabía que él mismo era peligroso), el gato era muy blanco y parecía que le gustaba marcar el territorio con pipí por todas partes. La casa estaba situada justo al lado de las vías del tren y cuando digo al lado, si nos asomábamos por la terraza, creo que si extendíamos la mano tocábamos la antena superior de los carriles. No tenían aire acondicionado, ya que no lo necesitaban realmente todo el año, pero justo ese fin de semana tuvimos una ola de calor impresionante.

Fue llegar y como no, la primera frase fue: «Vamos a cenar». Sí, cerveza por aquí, cerveza por allá, tapas por aquí, tapas por allá, «prueba esto», «come esto», «come, come, más y más, bebe». Yo no quería quedar mal, así que, como soy muy obediente, comí y bebí. Luego, nos dirigimos a las fiestas del pueblo para seguir bebiendo. Había una banda y una plaza enorme llena de gente. Empezamos a bailar y a mi chico no se le ocurrió otra cosa que formar un corro de gente, como un tren humano donde cada uno se agarraba al de enfrente. Empezamos los 6 que éramos y al final toda la plaza estaba involucrada en el tren guiado por mi chico… Casi me meo de risa (literalmente). Cuando finalmente regresamos al piso, si no hacía 50 grados, no hacía ninguno. Teníamos que mantener la puerta de la habitación cerrada porque si no, entraban el gato y el perro por lo que no corría nada de aire. Si abríamos la ventana y la persiana, nos daba una luz directa en los ojos de una farola en la calle y, por supuesto, cada 20 minutos o así, pasaba el tren que hacía retumbar todo. Dormimos completamente desnudos y si hubiéramos podido quitarnos la piel, lo habríamos hecho.

Nos despertamos temprano y lo que nos esperaba ese día, no creo que si nos lo hubieran contado, lo hubiéramos creído. La pareja que nos acogió, tan normales ellos, trabajaban por la mañana, por lo cual nos dejaron en manos de «el primo» vamos a dejarlo en ese nombre. El primo, un chico de unos 50 años con mucha energía y ganas de ser el mejor guía turístico del universo. Nos dice que él va en moto y nosotros le seguimos en coche a San Sebastián, y así fue. En principio, todo bien.

Llegamos a Monte Igueldo (¡hacía un calor del carajo!), unas vistas impresionantes, paramos y nos hicimos fotos (todavía todo normal), y luego empezamos con la pregunta: «¿Una cervecita?» Pues claro que sí, ¿por qué no? No había sombra, todo estaba abarrotado, pero nada, una cervecita y un pincho. Yo, con mi abanico (un movimiento estratégico de mi parte que me salvó la vida), buscaba sombra como loca, pero no había manera. En ese momento, el «primo» preguntó si queríamos bajar caminando hacia abajo o si era mejor ir en coche y aparcar por la zona. «¡Coche, coche!» dije yo, porque veía que los otros estaban en plan macho man y querían hacerse los valientes, caminar, beber y comer. Así que bajamos en coche, y aquí empezó la aventura.

Caminamos más de 20 kilómetros, parando en todos los bares, bebiendo y comiendo como si el mundo se fuera a acabar. El calor ya no puedo ni describirlo; yo iba alternando entre abanicarme, sentarme en el suelo donde fuera y rezar a cualquier dios que me escuchara para que el tour terminara. Conforme pasaba el tiempo, el «primo» se volvía más y más agresivo en el sentido de que veía que se acababa el tiempo y que no nos había enseñado todo lo que tenía en su agenda diabólica. Dijo que teníamos reserva en una sidrería a las 21:00 y ya eran las 20:00, y ya no podíamos más. Mi hermano le dijo que queríamos volver a casa para ducharnos y asearnos antes de ir, pero él decía que no, que debíamos seguir. Después de unos momentos un poco tensos, finalmente logramos convencerlo y volvimos a casa. En ese punto, yo ya no tenía ganas de nada (bueno, sí, de amputarme los pies).

La cosa es que al final cuando por fin llegamos al pueblecito donde nos quedábamos, estábamos todos agotados y decidimos quedarnos por la zona y cenar en algún sitio tranquilo, pero no encontrábamos ninguno. Al final, estábamos de pie, con calor, más cervezas y tapas, y el «primo» insistiendo: «¡Come, come, come!» Yo ya no podía más. Luego, querían volver a las fiestas del pueblo, pero yo me planté y dije «YO NOOOO». Mi chico estaba conmigo (aunque él habría ido). No teníamos las llaves de la casa porque el «primo» las tenía y no sabíamos dónde se había metido. La idea era ir ANDANDO a las fiestas del pueblo y luego la novia del «primo» nos daría las llaves. Mi chico vio mi cara y dijo: «Nosotros nos quedamos por aquí, y cuando tengáis las llaves, nos avisáis». Menos mal que mi chico tenía las llaves de su coche con él. Decidimos meternos en el coche y dar una vuelta (mala decisión, ya que no había muchos lugares para aparcar para la vuelta). Damos vueltas y vueltas, no sabíamos dónde ir, yo ya me moría de sueño y no sabíamos a qué hora volverían a casa o a entregarnos las llaves. Mi chico dijo: «Pues dormimos en el coche, seguro que estaremos más fresquitos». Y como dos adolescentes, encontramos un lugar escondido para aparcar, bajamos los asientos de atrás y nos preparamos para dormir cuando ya estábamos medio acomodados el chico del piso me llama y dice: «Tengo las llaves, quedamos en mi casa y os las doy, yo sigo de fiesta». Mi chico me dice: «¿Qué hacemos?» y yo… ufff, qué decisión más difícil, pero me daba pena el chico, así que fuimos a quedar con él en el piso.

Nos dio las llaves para entrar en su casa, el problema fue que como la zona era difícil para aparcar, tuve que subir yo sola mientras mi chico intentaba aparcar. Al entrar, pensé que el perro me iba a comer y el gato me iba a arañar, y al final moriría por la alergia al gato y una mordedura del perro. Entré y les saludé a los dos diciendo «buen gatito» y «buen perrito», y me encerré en la habitación, acojonada. Tenía que ir al baño, pero pensé que si salía me atacarían. Mientras tanto, los dos golpeaban la puerta con sus patitas y yo pensaba vienen a por mí”. Estuve sentada en la cama durante unos 15 minutos, paralizada por el cansancio, el calor y el dolor de tripa porque no había cagado en dos días. Finalmente, mi chico llamó al timbre para que le abriera, pero claro, tendría que salir de la habitación. Pensé que había llegado mi fin. No sé cómo salí de la habitación, abrí la puerta del portal y lo esperé arriba. Cuando abrí la puerta de la casa para dejarlo entrar, el perro y el gato se escaparon. Yo estaba aterrorizada, mi chico gritaba «ven, bonita, ven bonito, jajaja, no sé cómo logró convencerlos a ambos para que volvieran a entrar. Luego nos duchamos y una vez más nos acostamos desnudos en la cama y dijimos «buenas noches».

Como creo que os podéis imaginar temprano por la mañana el día siguiente dijimos nuestros adioses, nuestras gracias y procedimos a volver a Madrid. Nos contaron luego que el «primo» apareció alrededor de las 6 de la mañana preguntando por nosotros y deseoso de continuar con el tour. ¡Dios nos libre!

Espero que vuestras vacaciones hayan sido igual de emocionantes que las mías y que las hayáis disfrutado mucho.

 

¡Hasta el año que viene!